¿Cómo puedo ser feliz si he cerrado mi corazón a la miseria en la que vive mi hermano?
¿Cómo puedo ser feliz si no me pongo a trabajar cuando veo que mi hermano vive en chozas de cartón, donde la lluvia cayendo no canta seguramente una canción de cuna sino que lleva consigo un viento de destrucción?
¿Cómo puedo ser feliz si mi hermano no tiene alguien que lo acoja amorosamente, cuando huye de su país en busca de una vida más digna y justa?
¿Cómo puedo ser feliz si dejo a mi hermano abandonado a la soledad y al abismo del sin-sentido?
¿Cómo puedo ser feliz si deseo satisfacer, con calquier medio, cada capricho mío, en lugar de amar a aquel que está a mi lado como me amo a mí mismo?
Ha llegado el tiempo de dejar que surja y actúe aquella semilla de justicia que tenemos en el corazón, para que la solidaridad pueda tomar el lugar del desinterés.
Ha llegado el tiempo de volver nuestro, con valor y franqueza, el trabajo, apasionante e improrrogable, de re-inventar esta solidaridad, ante el “pesar profundo” causado por un sistema económico, por una política y por una cultura profundamente injustos, que tienden a satisfacer únicamente el afán de poder, de ganancia, de posesión y de vanidad de algunos.
Ha llegado el tiempo de actuar conscientes de que “la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo” y que, por lo tanto, solidaridad significa ponerse manos a la obra para que la libertad vuelva a ser pensada y vuelva a ser algo sagrado e inviolable.
Ha llegado el tiempo de liberarnos del hábito, de la pasividad, de las quejas y de las pretensiones, para renovar la sociedad según nuevas reglas, dando el primer paso hacia el otro sin estar perdidos ya “en los pensamientos de nuestro corazón”.
Hagamos que éstas sean las líneas que guían el trabajo de nuestros centros culturales, de nuestros centros de estudio y de solidaridad y de nuestra vida diaria, a fin de que aquella ciudad armoniosa que añoramos pueda volverse realidad encontrable, dispuestos, para ello, incluso a dar la vida. Sólo así podrá acontecer lo que está escrito en aquel himno, realmente revolucionario, que una jovencita, sin poder ni prestigio, quiso levantar, pronunciando un sí que, hace dosmil años, cambió el curso de la historia.
¡Hasta el próximo año!