por Maida Ochoa

Desde el pasado mes de febrero, así como en todo el mundo, también en Centroamérica, hemos estados encerrados en casa. No sabíamos, en aquel entonces, la dimensión de lo que estaba por acontecer y que nos quedaríamos confinados por más de cinco meses, sin poder vernos o encontrarnos. Precisamente porque necesitamos vivir y compartir la vida con los demás, en sociedad, nuestra primera preocupación fue no dejar que nuestra amistad se pusiera en cuarentena, esperando una solución al problema mundial.
Los países centroamericanos están marcados por fuertes diferencias sociales, en un contexto de pobreza y violencia, que hace que mucha gente viva en asentamientos urbanos precarios, que imposibilita su desarrollo; en su “casas de cartón”, no siempre cuenta con las condiciones necesarias, y además, se ve obligada a vivir en situación de emergencia y de precariedad frente a cualquier circunstancia: económica, social y educativa.
Frente a esto, hace más de 25 años, en la ciudad de Santa Tecla, La Libertad, El Salvador, nació el aula de refuerzo escolar y humano Las Abejitas, que atiende gratuitamente a niños y jóvenes necesitados de la comunidad Las Margaritas, gracias a la ayuda de educadores voluntarios, que en su mayoría son estudiantes universitarios.
Muchas de las personas y padres de familia de Las Margaritas, pertenecen al sector informal, son vendedores ambulantes y han sido los primeros afectados por la pandemia. No pudiendo salir a trabajar, no tenían ingresos y al poco tiempo, padecían hambre. Varias comunidades en la misma situación, trataban y siguen tratando de llamar la atención sacando banderas blancas que significa que piden comida. Y esto continúa hasta hoy; las políticas de prevención impiden aun que puedan salir a trabajar.
En un primer momento, tratamos de estar en contacto con las familias por teléfono, llamábamos para saber cómo estaban, si había problemas, si los niños seguían estudiando…
Al nomás poder salir de la casa, empezamos a recolectar ayuda entre nosotros y entre los compañeros de trabajo o de la universidad, básicamente víveres, ropa, productos de higiene y de limpieza. Pensando en cada familia, en los hijos, hermanos, se individualiza la entrega y así se arman paquetes con varios productos, para que las familias puedan sobrevivir, esperando pronto poder volver a trabajar.
Comenzamos a contactar personalmente a cada familia y todos los días se entrega los víveres a una familia a la vez. Y no solo la entrega; cuando vamos a encontrar a las familias es un momento para dialogar con los niños y los padres y sobre todo, saber cómo van con el estudio. Otro problema, de hecho, es las clases en línea, se les dificulta participar y enviar tareas, porque la mayoría no posee una computadora. Así que la maestra de la guardería, todos los días prepara algunas tareas y guías, para que los niños puedan seguir aprendiendo en casa, ya que nuestra preocupación es que, al no contar con los medios para estudiar, abandonen la escuela.
Éste es el trabajo que seguimos haciendo cotidianamente con todas las familias, que no es filantropía, es reconocer la voz del corazón que está dentro de mí y del otro, es la que permite una amistad verdadera, fundada en el deseo de felicidad que está en cada ser humano.
Frente al encierro y la desesperación material y psicológica, la propuesta de una amistad concreta y operativa es una provocación que ayuda a enfrentar la situación, sabiendo que no se está solos. De hecho, la esperanza de la que hoy todos hablan, no es un discurso teórico; no es el optimismo de decir “ojalá todo salga bien”; o el pesimismo de la canción “… qué lejos pasa la esperanza”, no es lo que nosotros deseamos vivir; más bien en este periodo sentimos más que nunca la necesidad de cercanía entre las personas, un involucrarse y comprometerse creando vínculos más profundos, sabiendo que lo positivo que todos desean para su vida, es encontrable en una Compañía que se mueve y va en búsqueda del otro.
Donde hay una Compañía, hay esperanza, una esperanza que pasa cerca.

Maida Ochoa, docente de literatura y lengua italiana, Universidad Pedagogica Nacional F. Morazan y en la Universidad Nacional Autonoma de Honduras